Narciso Ibáñez Serrador en 1964, en el palmarés de los Premios Ondas. Fotografía sin acreditar. |
Cabecera de Historias para no dormir © RTVE |
Esta bofetada visual y sonora daba paso habitualmente a una intro del propio Narciso en la que, al estilo de Hitchcock o el Guardián de la Cripta, nos presentaba el episodio que se iba a dar a continuación. Este prólogo solía tener siempre un tono cómico, de marcado humor negro y mucha mala leche. En varias ocasiones hacía alusión a los sacos de cartas que recibía en contra del programa o a las penurias que tenía que pasar para sacar adelante los episodios. Normalmente lo hacía entre bastidores, como si quisiese dejar claro que lo suyo era una ficción, y casi siempre sólo, con su pinta de hipster flequilludo, masticando a veces una pipa y leyendo papelotes desde detrás de unas gafas por cuya montura mataría a quien se me pusiese delante. No me cuesta nada imaginarme a esas señoronas de misa diaria torciendo el morro al ver aparecer al pipiolo ese al que Televisión Española había dado un hueco. Por que hay que reconocerle que le echó muchos huevos al asunto, que como he dicho, en plena dictadura del aflautado generalísimo robó casi una hora semanal de televisión pública para que por las pantallas de esa España meapilas y pacata se colasen terrores del espacio exterior, despiadados gangsters y horrores góticos. Narciso fue un visionario, si, pero también un valiente de cojones. Ahora, que hemos sustituido a la Iglesia por las AMPAs (que tiene guasa el acrónimo) y demás adalides de la corrección política sería impensable tener una serie de terror en el prime time de los viernes de RTVE, pero imagino que antes los abanderados del buenismo tenían menos canales por los que dar por culo.
De todos modos, no quería yo explayarme tanto con Historias para no dormir en general, que ya volveré a la serie en su totalidad más adelante, sino con un episodio en particular, La Alarma, emitido en dos partes entre el 20 y el 27 de mayo de 1966. Como casi la totalidad de los episodios, este es un "yo me lo guiso, yo me lo como" de Ibáñez Serrador (no nos dejemos engañar por el guión acreditado a Luis Peñafiel, pues es un seudónimo de Narciso). En un total de poco más de 60 minutos (eliminando créditos, intro y resumen de la primera parte al inicio de la segunda) Ibañez Serrador narra la que, en mi opinión, es la mejor historia de la ciencia-ficción española, una trama que, con otros 30 minutos, unos pocos más de medios (y rodada por ingleses o americanos) estaría reconocida entre las más grandes obras sci-fi del siglo XX. No sólo el guión (del que no quiero desvelar nada, porque merece la pena sentarse a ver los dos episodios si no lo habéis hecho) sino toda la envoltura, desde la presentación al aprovechamiento casi extenuante de la escasez de medios deben considerarse un hito de la televisión no sólo española, si no mundial.
Cabecera de La Alarma © RTVE |
Pero del mismo modo que no se toma en serio a si mismo, Narciso Ibáñez aborda la historia con un respeto reverencial, hasta el punto de contar con la asesoría técnica del Gabinete Nuclear del Estado (que me imagino que serían unos señores muy adictos al Régimen con los mismo conocimientos en física que una alpargata). No se de qué retorcidos subterfugios se serviría el realizador, pero consigue colar en el guión que España era, por aquel entonces, un país bastante analfabeto a nivel tecnológico, y que el vulgo ignoraba de la existencia de centrales nucleares en la "piel de toro". Por si no quedaba claro que Narciso Ibáñez tenía algún que otro recado referente a la situación sociocultural del país da el papel protagonista a una prostituta (dice que es bailarina en un club, y cuando termina se va al puerto a "pasear"... ehem) y retrata al "españolito de a pie" (perdón por las ranciedades) como una especie de becerro obtuso y estúpidamente risueño. Y es que el episodio nos plantea que en los próximos dos días van a llegar a la tierra incontables naves de procedencia alienígena y la reacción de los viandantes ante una entrevista televisada es agolparse frente a la cámara cual niños esclavos en torno a Indiana Jones y "saludar a mi hija, que vive en Granollers" (el momento de la señora hablando en catalán seguro que provocó algún que otro ictus).
Narciso Ibañez Menta Fotografía sin acreditar |
Y es que la genialidad de este episodio no está sólo en su guión, sino en cómo está estructurado, pues tras las escenas iniciales en las que descubrimos la llegada de los visitantes al planeta, Narciso Ibáñez nos presenta al atormentado Urrutia, quien, haciendo uso de la voz en off habitual en muchos episodios, se revela como causante del desastre que se avecina y en un flash back que abarca la casi totalidad del metraje, explicarnos el porqué. Así, con tan sólo dos personajes principales, y un tercero más instrumental que otra cosa, Narciso Ibañez hilvana una historia de ciencia ficción de todo o nada, de Humanidad en peligro, cuya grandilocuencia no está en unas imágenes limitadas por unos medios técnicos escasos, sino en una narración tan sólida que te mantiene pegado al televisor. No me quiero ni imaginar la frustración de los espectadores que aquel 20 de mayo del 66 recibieran como una bofetada el vertiginoso cliffhanger con el que cierra la primera parte y, en cierto modo, les envidio.
La Alarma es una obra maestra de la ciencia-ficción del siglo XX. Hagámosle el hueco que se merece.
Jae Tanaka
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