jueves, 7 de abril de 2016

Penny Dreadful; Pulp en la pequeña pantalla (III)

By Showtime (TV network) [Public domain], via Wikimedia Commons

Después de la encendida polémica que, en el grupo de Facebook Proyecto Pulp, despertó la entrada del pasado martes –total y absolutamente desmedida, sea dicho de paso, tal y como está pasando con todo lo que rodea a la película Batman vs Superman-; creo que si hay una afirmación en la que todo hijo de vecino estará de acuerdo es que estamos viviendo la Edad de Oro de la ficción televisiva. Nunca antes se habían producido tal cantidad de series de tan alto nivel, con presupuestos y medios como los actuales. Un Edad de Oro en la que ya no resulta extraño en absoluto ver a estrellas del cine protagonizando series cuyos guiones hacen palidecer lo que actualmente se rueda en Hollywood. De verdad, para los amantes de la ficción y la narrativa estamos viviendo en el paraíso. Digo yo que habrá que aprovecharlo mientras dure.

El caso es que de entre la colosal oferta disponible actualmente, los amantes de la literatura Pulp, ya sea en los géneros de fantasía, ciencia-ficción, terror o aventuras; tenemos mucho donde elegir. En este blog ya hemos hablado anteriormente de algunas series que encajan al dedo en lo que hemos definido como Pulp. Series como las españolas El Águila Roja y El Ministerio del Tiempo, o la estadounidense Da Vinci’s Demons ya han tenido su correspondiente entrada. Hoy toca hablar de otra de las series que deberían considerarse imprescindibles para los amantes del Pulp. Damas y caballeros, con todos ustedes Penny Dreadful.

A pesar de que la inmensa mayoría de aficionados al Pulp ya lo saben, no está de más recordar que los penny dreadful fueron uno de los antecedentes directos del fenómeno pulp de principios del siglo XX. Eran publicaciones de terror que se vendían a precio de un penique en la Inglaterra victoriana, destinadas a un público apenas alfabetizado. La serie, creada por John Logan, toma ese nombre para reconstruir una visión absolutamente lóbrega y oscura del periodo victoriano, muy cercana en espíritu a los folletines así denominados. 

En Penny Dreadful, que ya tiene dos temporadas emitidas y está pendiente del estreno este mismo año de la tercera (además de la inminente publicación de una serie propia de cómics editados por Titan Comics), viajamos al Londres de finales del siglo XIX. Una época en la que los prodigios de la ciencia conviven con el oscurantismo de épocas pasadas. Un periodo histórico en el que la esperanza de un futuro de progreso ilimitado y el revival religioso y el moralismo extremo caminaron de la mano. Un momento glorioso para la literatura, en el que nacieron grandes personajes, ya mitos universales. Personajes estos que serán los protagonistas absolutos de una serie que, no nos dejemos engañar, no apuesta precisamente por lo fácil. La serie arranca cuando un aristócrata llamado Sir Malcom Murray -un esplendido Timothy Dalton-, famoso explorador y aventurero africanista, trasunto del literario Allan Quatermain y su ayudante, una misteriosa vidente de nombre Vanessa Ives (Eva Green…gensanta, que pedazo de mujer en todos los sentidos), contratan a un pistolero atormentado por un secreto de su pasado (Josh Hartnett) y al joven doctor Víctor Frankenstein (Harry Treadaway, una de las revelaciones de la serie), para rescatar a Mina Murray la hija de Sir Malcom (Mina, ¿os suena ese nombre de algo?). A este singular grupo se unirá posteriormente otro aristócrata disoluto, Dorian Grey (Reeve Carney), para encabezar una búsqueda que les conducirá al corazón más oscuro de Londres.

Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=243049
Partiendo de una premisa que, como puede resultar evidente, recuerda a La Liga de los Hombres Extraordinarios de Alan Moore, la serie toma un camino bien distinto, y no menos acertado. Y es que este extraordinario drama de tintes sobrenaturales, en la que las numerosísimas referencias literarias encajan a la perfección, de tal forma que llegan a pasar casi a un segundo plano; apuesta por un ritmo pausado, en el que son los personajes y no la acción los que determinan la historia. Personajes que, en manos de actores de la talla de los que protagonizan la serie, cobran vida con fuerza, llenando la pantalla en todas y cada una de las escenas (destacando, una vez más, el trabajo de Eva Green y Timothy Dalton, auténticos motores de la serie). A esto hay que añadir la excepcional factura visual, que no abusa en ningún momento de efectos visuales, y que viene acompaña de una de las mejores bandas sonoras que se haya compuesto en mucho tiempo para cualquier tipo de producción televisiva. Una auténtica obra de arte de sabores clásicos firmada por Abel Korzienowski, que hace que el viaje sensorial sea completo. 

Pero mucho ojo, que nadie piense que la serie por este ritmo pausado, casi de obra de teatro, es lenta o aburrida. En absoluto. El guión, que se aprovecha como muy pocas de esa atmosfera siniestra y lóbrega de la que hablaba, y que se sustenta en una historia tan sencilla como efectiva; maneja los tiempos para que, en el momento preciso, suceda algo que nos haga agarrarnos con fuerza a lo que tengamos al lado mientras vemos la serie. Penny Dreadful es un auténtico lujo narrativo audiovisual. Una rara avis que ningún aficionado a la literatura victoriana, al pulp o al terror debería dejar pasar. Si todavía no la han visto ustedes, están a tiempo de hacerlo y maravillarse tanto como yo lo he hecho. No lo duden, no se equivocarán.

Llegados a este punto toca hacer una reflexión en voz alta, como siempre enfocada a las posibilidades que se abren para los que de una forma u otra participamos de mantener viva la literatura popular en España. No tengamos miedo partir de una premisa que otros han elegido antes que nosotros (la de John Logan con Penny Dreadful es la misma que la de Alan Moore con La Liga de los Hombres Extraordinarios); lo auténticamente importante es tener una historia buena que contar. Y hacerlo con oficio y honestidad. Maestros de la literatura popular española como Lem Ryan han tomado este camino para regalarnos horas y horas de honrado entretenimiento. 





Eduardo Martínez.

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