jueves, 3 de marzo de 2016

Grandes autores del Pulp: Roy Thomas

Los responsables de The O.C.C.U.L.T. Herald, aunque parezca lo contrario, nos tomamos las cosas muy en serio y por eso estamos empezando a hacer la transición hacia el .com, sin el .blogspot, que queda como más pofesioná. También hemos introducido publicidad, que las piscinas no se pagan solas, y por eso, desde hoy vamos a prescindir del uso de imágenes sujetas a derechos que impidan su uso comercial. 

En adelante nos nutriremos del catálogo libre de derechos de la British Library, acercándonos además así a ese aspecto de tabloide victoriano que intentamos plasmar en el encabezamiento del blog.

Sin más, o dejamos con una entrada dedicada a José Oneto.




By Nightscream (Own work) [CC BY 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], via Wikimedia Commons
Roy Thomas en la Big Apple Conventio de 2008. Fotografía de Nightscream ©


Puesto que está visto que esta semana vamos mal de tiempo (a que negar las evidencias), la entrada de hoy es breve y sirve a modo de homenaje a uno de los nombres que deberíamos tener en letras doradas en el Salón de la Fama del Pulp

Creo que para cualquiera que lleve una temporada siguiéndonos le resultará más que evidente que, para un servidor, dentro de los muy diversos géneros que toca la literatura Pulp, es la Espada y Brujería el que reina de forma indiscutible sobre los demás. A pesar de que soy historiador de formación, y que el principal culpable de que aspirase a convertirme en arqueólogo fue uno de los personajes de ficción más maravillosos jamás creados, Indiana Jones, fue otro quien me llevó a estos caminos de la literatura Pulp. Un cimerio de pelo negro, ojos sombríos, la espada en mano, un ladrón, un saqueador, un asesino, de gigantescas melancolías y gigantescos pesares, cuyos pies calzados con sandalias pisotearon los tonos enjoyados de la Tierra.

Espada y... esto... laúdjería
Muy probablemente sin el inmortal personaje nacido de la febril mente de Robert E. Howard jamás habría llegado a la Espada y Brujería, y, por extensión, al género fantástico. Pero el nombre propio al que tanto yo, como más de una generación de ávidos lectores debemos agradecer o culpar de nuestros desvelos, es otro. Permitan que active por un rato del modo abuelo cebolleta contando batallitas y así les ponga en situación. Que con el ejemplo luego todo se explica mejor.

El pequeño Eduardo y su madre,
con la ropa tradiconal de ir a
 comprar tebeos
Nacido en el 75, puede decirse que soy un niño de los ochenta; y mi feliz infancia transcurrió en el popular barrio de Cuatro Caminos de Madrid (que, por cierto, nada tiene que ver el que era entonces con el de ahora). Bien cerca de donde vivía, en la esquina de la calle Marianela con San Raimundo había por aquel entonces una mercería de las de antes. Uno de esos comercios de barrio donde todo el mundo se conocía, y en el que además de sus mercancías propias, se acababa vendiendo cualquier cosa imaginable. El caso es que una tarde mi madre, que ahora me doy cuenta de lo joven que era, se pasó por allí para comprar vete a saber qué diablos. Yo tendría entonces nueve años a lo sumo, y supongo que iría detrás de ella con esa fascinación que los niños tienen cuando salen de los difusos límites de su propia calle. Mientas la tendera y mi madre hablaban de sus cosas, descubrí que la buena mujer vendía por el precio de 75 pesetas un montón de tebeos de su hijo. Y claro, el niño que fui, que era capaz de leerse cualquier cosa que cayera en sus manos, no pudo despegar los ojos de esos tebeos (si, entonces se les llamaba tebeos, y lo sigo haciendo, anda y os jodan, malditos puristas), en los que en las portadas se veía a un tipo armado con una espada. Así que supongo que me podría pesado y mi madre, sin pararse a mirar si era tebeos adecuados para un niño (en aquella época no se tenían los miramientos que tenemos ahora, gracias a los cuales más que criar niños lo que producimos son pequeños gilipollas), me compró un par y me prometió que me iría comprando los demás que allí había si me portaba bien. Mamá, aunque no leas nunca esto, mil millones de gracias. Gracias por hacer que Conan entrara en mi vida. Gracias por permitir que mis dos primeras lecturas de la obra de Howard fueran Clavos Rojos y La Torre del Elefante. Dos Conan que pese a ser tan distantes en lo estético (De Barry Windsor Smith a John Buscema, ambos dos genios de la ilustración, media un abismo), tenían en común algo más que a su padre y creador, Robert E. Howard. Lo que los une es uno de los hombres que más responsabilidad ha tenido en la inmortalidad de Conan. Estoy hablando de Roy Thomas.

Roy Thomas, sin lugar a dudas uno de los guionistas más importantes de la historia del cómic moderno, acompañado de los lápices de Barry Smith, en octubre de 1970 veía publicado el primer número de la cabecera “Conan, The Barbarian”. Desde aquel día, hasta el año 2011 en que se vio publicado, más de cuarenta años de carrera en diversas cabeceras, Roy Thomas no sólo ha adaptado de forma brillante los relatos de Howard y los pastiches posteriores (pinchad este enlace, que al ver la lista vais a cagar ladrillos), sino que adaptó como nadie ha hecho textos e ideas de otros autores del género creando un universo narrativo coherente y ordenado en torno al cimerio. Es Roy Thomas quien, desde su labor de guionista de cómics, acercó a varias generaciones de lectores a ese personaje que después hemos descubierto en sus relatos originales y novelas. Sin su magnífica labor, labor que tan sólo un erudito y un apasionado de Conan como él podría haber desarrollado, probablemente Conan seguiría en ese estado de injusto olvido, ese limbo de ignorancia, en el que habitan personajes de la talla de Fafhrd y el Ratonero Gris. Personajes a los que sí que dedicaré la próxima semana una larga entrada, y que son conocidos tan sólo por los cuatro chalados que leemos Espada y Brujería o que jugamos al rol. 

Desde The OCCULT Herald levantamos nuestra copa ficticia para brindar en honor de Roy Thomas, el que consideramos más fiel heredero de la labor del Maestro Howard. Dicho lo cual, voy a ver si me leo de nuevo mi viejo ejemplar del número 11 de La Espada Salvaje de Conan, que tengo la necesidad de volver a escalar con Conan la Torre del Elefante.





Eduardo Martínez.

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