Hace unos días, mi amigo Alfonso Huerta que es empresario y está siempre al tanto de sacar tajada, me dijo que podía hablar en el blog de la novela de su hermano y así le hacía promoción. A mi, que soy freelance y estoy siempre al tanto de sacar tajada, me pareció buena idea, porque así estoy a buenas con él y me puede encargar currillos. Que luego nos queremos bastante, ¿eh? Pero la pela es la pela.
La novela en cuestión es Guerreros de los Sentidos, de Daniel Huerta, autoeditada en Bubok en 2011. En este blog damos mucho la turra con la bajísima calidad gráfica de muchas producciones de pulp y fantasía españolas, así que quiero pedir disculpas por la apestosa portada de este libro, obra de un tal Jae Tanaka que prefiere esconder su verdadera identidad tras un pomposo seudónimo ajaponesado. Por que joder, vista con la perspectiva que dan cinco años, la portada me quedó fea de cojones. No me escondo, yo también soy humano y a veces la cago.
Cuando me plantee cómo enfocar la entrada sobre una novela que leído hace cinco años he de reconocer que me dio una pereza terrible releerme el tocho (casi 450 páginas) para refrescar; con la pila de cómics que tengo en la recámara, estoy yo como para hacer una segunda lectura de algo, señora. Pero me di cuenta de que, en realidad, no necesitaba hacer esa relectura. Evidentemente, no tengo la novela fresca como el primer día en la memoria, pero la tengo. Está ahí. Se quedó. Y esto me sirve para enfocar la entrada hacia Guerreros de los Sentidos, sí, pero también hacia lo importante que es que la narrativa (cine, novela, relato, cómic, videojuego) se te quede en el seso. Es un logro que no consiguen todas las obras, más bien pocas, y es ahí donde creo yo radica la calidad de algo. Cuando, haciendo un juego con el título de la novela, se convierte en una experiencia sensorial y trasciende el papel (o la pantalla) y se convierte en un recuerdo. Todos tenemos un espacio de nuestro disco duro en el que, involuntariamente grabamos historias que nos han calado, por la razón que sea. Estoy absolutamente convencido de que, aunque se me vaya la cabeza por completo, me moriré recordando a la perfección la segunda trilogía de Star Wars, La Familia Mumin en Invierno, Dios ama, El hombre mata, El Espectro de Ostrander y El Señor de los Anillos y un buen puñado más. No porque sean las mejores historias, sino porque las hice mías. Incorporé algo que no estaba en la narración en sí, y eso es lo que las convierte en otra cosa, muy superior a cualquier otra narración. Esto es, evidentemente, algo totalmente subjetivo; lo que para mi es un referente para otro puede ser la mierda, y ambas opiniones son verdaderas en su contexto. Bien sea porque estás en un momento emocional concreto (leí El Espectro en una etapa muy siniestra de mi vida y me ayudó a darme cuenta de que tenía que mover el culo si no quería quedarme atrás), bien porque te pilla con el sense of wonder abierto como el ojete de Proxy Paige y se te mete hasta la médula irremediablemente, como me pasó con Star Wars, a lo largo de la vida nos damos de morros con esas historias que se trascienden a si mismas dentro de la cabeza de uno y dejan de ser un poco de su autor para ser bastante tuyas.
Para mi, Guerreros de los Sentidos empezó siendo un favor: "Oye, te paso la novela de mi hermano en pdf y te la lees para ilustrar la portada, que se la quiere autoeditar?" y acabó siendo parte de mi "biblioteca interior". Aquí quiero ser totalmente sincero. Guerreros de los Sentidos no está muy a la vista en esa nutrida biblioteca y cuando vengan los bomberos de Farenheit no estará entre mis prioridades a salvar del fuego, pero está. Si tuviese que catalogarla, creo que la pondría en la balda de "Recomendaciones para alguien que ha leído poca fantasía pero tiene bastantes luces como para aspirar a algo mejor que Canción de Hielo y Fuego" (Es una biblioteca imaginaria, pero no tengo documentalista imaginario; los recortes). Para alguien como yo cuyo ocio es 100% audiovisual (no hago deporte ni mierdas de esas físicas), que una obra pase a engrosar la "biblioteca interior" no es poca cosa, porque con la cantidad de estímulos en forma de narrativa que me meto pal cuerpo es fácil que la mayoría se conviertan en un recuerdo vago.

Ya te han contado a Blancanieves como princesa, como guerrera, como divorciada del príncipe azul, pero... ¿y si fuera una hija de puta?
- Te voy a contar el cuento de María Sarmiento.
- Déjese de hostias y deme un chelín.
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Como soy un poco vinagres, mi primer pensamiento fue "buff... otra historia con personajes de cuentos puestos en un contexto diferente, me da más pereza que el nuevo Call of Duty". Si supiese, hubiera arqueado una ceja. Sinceramente, creo que desde En Compañía de Lobos ya está todo dicho en esto de reubicar a personajes de la cultura popular, así que hay que hacerlo realmente bien para que una revisión de un clásico infantil en tono adulto. Daniel Huerta lo consigue. Creo que su éxito radica en que, aunque toma como base de la trama los acontecimientos de tres cuentos (Blancanieves, Rapunzel y Caperucita) las versiones de las tres protagonistas que construye son lo suficientemente sólidas como para que una vez echada a andar la historia nos podamos olvidar de quienes han sido y centrarnos en quienes son. Los acontecimientos giran en torno a ellas y no, como suele ocurrir en la fantasía, los protagonistas giran en torno a los acontecimientos. No me gusta demasiado contar de que van los libros de los que hablo en mis entradas, así que vamos a quedarnos con el dato de que Blancanieves es una hija de puta y Rapunzel, que se ha convertido en una especie de ninja se enfrenta a ella con ayuda de Caperucita y los Enanitos. Es una trama que no equivale a la invención de la rueda, pero que sirve de puta madre para desarrollar a los personajes, porque como ya he dicho creo que esta es una novela de personajes. De hecho, a pesar de que es un arco argumental cerrado, me dejó con ganas de más, de seguir sabiendo de las vidas de esta gente: la historia importa, pero lo bueno, bueno son los protagonistas.
Así que no se a qué coño espera Daniel Huerta para escribir más.
Jae Tanaka
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