jueves, 26 de mayo de 2016

Los Señores (machistas que te cagas) del Cielo.



Una creación no está terminada por completo hasta que no es observada, o leída o escuchada. Es la interacción obra-usuario la que la finaliza y, en cierto modo, la convierte también en un ser vivo, la tercera pata de la triada Autor-Obra-Consumidor, y en virtud de esa especie de vida artificial, la obra, o la percepción que tenemos de ella puede cambiar en sucesivos encuentros.

En la entrada sobre Guerreros de los Sentidos ya hablé de este rollo Frankenstein de convertir a las obras en seres vivos a través de la memoria y tal. Al igual que la novela de Daniel Huerta, la trilogía de la que hablo en este artículo también se hizo hueco en mi biblioteca interior, pero cuando abordé una segunda lectura no tuve por menos que pegarle fuego, meter las cenizas en una caja hermética y tirarla a la Fosa de las Marianas.

Y es que esa es la reacción que me ha provocado mi reencuentro con Los Señores del Cielo, la trilogía escrita por John Brosnan. Cuando la leí de preadolescente se convirtió en una de mis sagas de ciencia-ficción favoritas, pero ahora que le he dado una segunda lectura he llegado a desarrollar una repulsión malsana hacia ciertos pasajes. Lo que es la trama de ciencia.ficción/aventura me sigue gustando, y bastante (de hecho, hay cierta persona que se va a enfrentar a situaciones extraídas del libro en mi futura campaña de Dark Heresy), pero hay un tratamiento "moral" (entrecomillado y con pinzas) de algunos de los personajes que no capté en la primera lectura y que ahora se me han metido a la fuerza por el culo.

"Totó, creo que ya no
estamos en Kansas"
Y es que Los Señores del Cielo tiene dos niveles narrativos: por un lado, la historia de ciencia-ficción, chula, de pin pan al turrón, peligros, aventuras y demás, y por otro, la más zafia utilización de una mujer protagonista como objeto sexual a la que me he enfrentado nunca: Jan Dorvin, criada como guerrera en una sociedad matriarcal de mujeres mejoradas genéticamente, resulta ser un patético corderillo con la fuerza de voluntad de un trapo de cocina cuyo único valor es el de abrirse de piernas a las fantasías adolescentes de un escritor bastante misógino al que un traductor sin ganas ayuda más bien poco.

Y no me juzguéis mal, que no soy un puritano, ni tampoco un feminazi (aunque tire más para lo segundo que para lo primero, todo sea dicho). Me gustan las tetas y los culos más que respirar, veo porno cuando me da la gana. Coño, que el Tanaka de mi seudónimo es por un a AV star japonesa. Parte de mis ingresos como ilustrador vienen del hentai, y me lo paso como los indios dibujando perversiones para la peña. Creo, además, que una seña de identidad del pulp (y esta novela es pulp dentro de un universo de cienca ficción) es, desde mi punto de vista, la hipersexualización de sus protagonistas tanto masculinos como femeninos (otro tema de esos de los de ofender a diestro y siniestro que quiero tratar en profundidad), pero en estas novelas, además de una hipersexualización meramente estética, hay un componente de dominación, de sometimiento del hombre hacia la mujer a través del sexo muy chungo. Que después de que las mujeres lleven siglos dándose de hostias para levantar las miles de prohibiciones a las que se han visto sometidas desde que los monoteismos se pusieron de acuerdo para acabar con los matriarcados y bla bla bla, leer una novela en la que se establece que una sociedad "correcta" es esa en la que mandan las pollas da mucho asco. Porque aquí no hay ese juego tan común en el hentai de que "el sometido somete al sometedor a través de su sometimiento", no hay sutilezas, no es la sexualidad femenina la que acaba en cierto sentido esclavizando al "macho", sólo hay dominación.


Zeppelin siniestrado. Representación gráfica de la trilogía.

John Brosnan es misógino hasta la náusea... humilla, usa y maltrata a su protagonista femenina sin necesidad, pues ese maltrato no aporta nada a la trama, y he de reconocer que me ha costado acabar la trilogía en esta segunda lectura... Ya entiendo porqué este individuo ha escrito gran parte de su obra con seudónimo.


Ay... Cómo cambiamos, joder...


Jae Tanaka

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