martes, 24 de noviembre de 2015

El Pulp es una mierda

Vale, lo del título del post es para llamar la atención, lo reconozco. Pero es que hoy esto es largo, y si quiero que alguien lo lea hay que ponerse un poco tremendista. En fin, disculpen ustedes la sucia maniobra, que es por un buen fin.

Desde que comenzó la andadura de ésta bitácora, hace ya algo más de dos meses, hay un tema que he pretendido abordar en numerosas ocasiones y que, por todo tipo de excusas peregrinas, he ido postergando. Así que ya va siendo hora de hablar de uno de los asuntos más polémicos que arrastra la literatura Pulp en nuestros días, el debate sobre su calidad. 

Seamos sinceros, uno de los mantras más escuchados cuando surge el pulp en una conversación de literatura es que es, literalmente, una mierda. Por descontado que, entre una producción tan multitudinaria y tan prolongada en el tiempo, los kilos de papel de pulpa impreso que habrían tenido mejor destino en un retrete deben de contarse por toneladas. Mierda se escribió, y mucha. Y por  contra, tal y como resulta evidente, con una simple mención de autores que nacieron en las páginas del Pulp de las primeras décadas del siglo XX, se puede desmontar la afirmación casi por completo. Y es que eso que llamamos literatura Pulp, que como hemos repetido muchas veces no es un género, sino un fenómeno cultural, ocurre como en el resto de literatura. Hagan ustedes la prueba que les propongo; acudan a una librería grande de esas sin personalidad, La Casa del Libro, la sección de libros de FNAC o de El Corte Inglés, y tras revisar las mesas de novedades traten de ser objetivos. ¿Cuántos libros de los que están viendo no sirven ni para calzar una mesilla? Pues ya saben.

El caso es que, a día de hoy, nadie en su sano juicio debería discutir la innegable calidad literaria de los Howard, Lovecraft, Leiber, Burroughs, Hammet, etc. Que editoriales académicas de prestigio como es el caso de Cátedra, apueste por crear una colección como Letras Populares en las que vuelven a publicarse títulos de estos autores bajo el prisma crítico nos debería dejar las cosas claras. Así que, por este lado, poco más que añadir. Ahora toca abordar el meollo del asunto, el Pulp que se publica y escribe hoy en día, llamémoslo Neo-Pulp, e-Pulp, o como se nos ponga en el Arco de Septimio Severo. 

A día de hoy el Pulp se puede abordar desde tres ópticas principales. Por un lado el de recuperación de títulos originales. En segundo lugar en el de escritura y publicación de obras que tratan de emular las que protagonizaron los momentos de esplendor del género. Y, por último, la de escritura y publicación de obras que, tomando como base las características propias de aquel fenómeno literario, intentan hacer una literatura de corte Pulp pero aprovechando los avances narrativos de nuestro tiempo.

De la primera labor, la de recuperación, desde la perspectiva que me da llevar tres lustros ligado profesionalmente, de una forma u otra, al mundo del libro, creo que se están dando avances pequeños, aunque muy significativos. Que a la labor que editoriales como La Biblioteca del Laberinto se haya sumado gente como la ya mencionada editorial Cátedra con su colección Letras Populares, Darkland, DLorean, la Revista Barsoom, etc. nos da señas inequívocas de que hay un mercado muy interesado en el Pulp. Un tema que retomaré dentro unas cuantas líneas, y que va a resultar muy importante en mi argumentación. 

Y aquí llegamos al meollo de la cuestión, las dos formas de abordar el Pulp en nuestros días, la de los émulos más o menos acertados de los escritos de la Edad de Oro, y la de las obras nuevas que se adaptan a las características del fenómeno narrativo Pulp. Aquí me toca decir eso de, “abróchense los cinturones, que vienen curvas”, y de emplear el plural, incluyéndome en el asunto.

Todos los lectores de Neo-Pulp, hagámonos la pregunta de marras, ¿tienen razón los que afirman que el Pulp actual es una acumulación de estiércol literario? Antes de contestar airados, golpeándonos el pecho en plan King-Kong cuando ve a Ann Darrow tratemos de hacer un ejercicio de autocrítica. ¿Lo que estamos publicando tiene la suficiente calidad?

Veamos, un libro puede estudiarse desde una perspectiva puramente literaria, y otra física y editorial. La primera hace referencia al contenido, a su calidad artística. La segunda al continente, al libro como objeto físico. Pues señores, con la mochila de años que llevo a cuestas viviendo malamente de los libros, estamos haciendo las cosas mal. Para nuestra desgracia, e insisto en que me incluyo, destilamos un peligroso tufo amateur. No niego que estemos escribiendo novelas y relatos con toda nuestra buena intención, que los que editamos libros nos esforcemos por hacerlo lo mejor posible, pero no es suficiente. El 80% de nuestra producción no pasaría el filtro de una editorial grande. Y ese tiene que ser nuestro objetivo claro. 

Así si...este es el camino. Sin perder la
esencia Pulp, un diseño de calidad.
En el plano editorial seguimos publicando obras con diseños de cubierta manifiestamente malos, impropios de una industria con el potencial de la que tenemos entre manos (ahora hablaré de esto mismo). He sido librero nueve años, y no precisamente en un supermercado de libros de usar y tirar. LIBRERO, con mayúsculas. Y si algo tengo claro de esa época es que el libro, para llegar al lector, tiene que tener una presencia física impecable. Una presencia que tan sólo se logra invirtiendo no sólo en buenos ilustradores, sino también en buenos diseñadores. El envoltorio tiene que estar bien trabajado, o no saldremos jamás del nicho estético en el que nos encontramos, que en la mayor parte de los casos no pasa del de obras en una manta en un mercadillo de pueblo. A esto hay que añadir que nos suele faltar una maquetación profesional, y una elección adecuada de papel y fuente de impresión. ¿Queremos que el lector, en cuanto tenga nuestro libro en la mano, no quiera soltarlo, o que ni tan siquiera se acerque a ojearlo? Los lectores son fetichistas por naturaleza. Coño, aprovechemos ese fetichismo. Y si, todo esto cuesta dinero (es lo que tiene tener que contar con auténticos profesionales). Así que, cuando no hay dinero, hay que agudizar el ingenio y trabajar el doble o el triple. La tecnología actual nos ha otorgado herramientas que, con mucho tiempo y práctica, nos pueden ayudar a acercar nuestro producto a los cánones de calidad que deberían de ser nuestra meta.

Y en cuanto al tema literario, que es el que más nos debería preocupar, toca echarse ceniza sobre la cabeza, porque tampoco es que brillemos en exceso. Por alguna razón que se me escapa, en lugar de hacer lo que decía antes, eso de tomar como base las características propias del Pulp clásico para crear una literatura de corte Pulp en la que aprovechemos los avances narrativos de nuestro tiempo, volvemos una y otra vez a repetirnos como una sopa de ajo. Nos hemos convertido, en la mayor parte de los casos, en vulgares imitadores. Y si al menos imitásemos a los grandes maestros, lo mismo esto tenía un pase. Pero no, parece que nos regodeamos imitando los modelos más cutres, más de serie B o serie Z. Que vale que ese tipo de novelas o películas son divertidas. Que en manos de un buen artista se pueden lograr productos narrativos asombrosos (aquí Tarantino, con sus guiones, nos muestra el camino), pero por lo general nos quedamos en émulos baratos. Y no, joder, no, lo estamos haciendo muy mal.

Félix J. Palma. Si leeís su trilogía victoriana
podréis afirmar que es uno de los nuestros.
En España tenemos ejemplos de autores que han triunfado y que, si lo miramos con detenimiento, están produciendo literatura puramente ligada al Pulp: Félix J. Palma, y su Trilogía Victoriana o Pérez Reverte y su Alatriste. Autores que cumplen con el primer requisito que cualquier escritor debería cumplir, y en ocasiones olvidamos con peligrosa facilidad. Conocen y cuidan nuestra principal herramienta de trabajo, que es el lenguaje. Saben emplear nuestro lenguaje con propiedad, desarrollan un estilo literario claro y definido. Tanto el uno como el otro, basándose en la literatura de especulación científica y en los folletines de capa y espada el segundo, toman los elementos que hacen especial al Pulp y logran productos de una calidad indiscutible y con éxito de público. 

Vale, ninguno de nosotros somos Pérez Reverte o Félix J. Palma, ni jamás lo seremos. Pero qué demonios, pongámonos en manos de correctores de estilo antes de dar el ok definitivo a la imprenta. Evitemos que nuestras obras tengan errores estilísticos imperdonables (coño, que he tenido que “sufrir” novelas en las que se emplea el presente, el perfecto simple y el imperfecto casi sin solución de continuidad, en tres párrafos de la misma página, rompiendo cualquier intento de unidad narrativa). Trabajemos a fondo la documentación de nuestras novelas, estén ambientadas en el pasado, el presente o el futuro; en un mundo imaginario o en el nuestro. Por citar un ejemplo, cuando cualquier aficionado al Pulp descubre el trabajo previo de Howard a la hora de construir su Era Hiboria, puede perfectamente entender que jamás necesitara una novela de 1200 páginas para describir uno de los mundos imaginarios más consistentes que se hayan creado. Porque, y ese es un punto a favor que deberíamos explotar, para contar una buena historia y para crear un personaje inolvidable, no se necesita de una saga de siete volúmenes y miles y miles de páginas. Tolkien o Martin no deberían de ser nuestros modelos. Nuestra narrativa, la que nos apasiona y nos mueve, aunque cargada de adjetivos, ampulosa y barroca en ocasiones, en su esencia es como un disparo, seca y directa. Un escritor puede estar años sin escribir una sola palabra, pero jamás deja de leer. La lectura es nuestro alimento, el que nos carga de gasolina creativa. Y si algo nos otorga el bagaje literario Pulp es una capacidad de agarrar la historia por los cuernos, y lanzarnos directos y sin rodeos hacia lo que nos interesa.

Diablos, pongamos de nuestra parte, esforcémonos en salir del papel de payasos de feria, vulgares imitadores de esas novelitas de bolsillo que nos fascinan, y aprovechemos nuestras herramientas. Trabajemos como profesionales, que tenemos un mercado enorme de lectores deseando leer lo que podemos ofrecer. Y tenemos que hacerlo sin olvidar que salimos del barro, literalmente. Estamos en un rincón marginal de la literatura al que las grandes editoriales no hacen ni puto caso. Tan sólo con un trabajo ímprobo de escritura, y otro todavía mayor en autopromoción y de redes sociales (de esto escritoras como Ana González Duque o Aránzazu Serrano nos podrían dar lecciones), podremos crear una base sólida de lectores que nos permitan atravesar la puerta de Penguin Random House o del Grupo Planeta con un puto ariete. Porque, aunque publicar con un grande no garantiza nada (hay numerosos casos de autores de género que han llegado a una grande y que no han pasado de una sola novela, teniendo que volver a las procelosas aguas de la autopublicación), si es cierto que nos otorga unos medios de difusión y publicidad a los que no tenemos ningún acceso. 



Hagamos todo esto, o vendrán desde fuera y nos comerán la tostada. Tomémonos muy en serio nuestro papel de escritores. Respetemos esta bella profesión. Aceptemos que hemos producido mucha basura, que los que nos critican tienen gran parte de razón, y pongámonos manos a la obra para cerrarles la boca de una puñetera vez. Está en nuestra mano.

Eduardo Martínez.

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