martes, 17 de noviembre de 2015

Lovecraft y la polémica de los World Fantasy Awards

Hoy tenía previsto dedicar la primera entrada semanal del blog a descubrir, para los que todavía no la conozcan, la campaña de financiación que han llevado a cabo en Verkami, de forma exitosa, Gonzalo Zalaya y Victor Blanco, para ver publicada su novela de fantasía grimdark Delbaeth Rising. Una campaña que desde The OCCUTL Herald hemos apoyado dentro de nuestras limitadas posibilidades, compartiéndola en las redes sociales y, tal y como debe ser en estos casos, poniendo nuestro pequeño grano de arena económico ejerciendo de mecenas. Lo menos que se puede hacer por un proyecto que destila un buen rollo y una calidad alucinantes. Salvo sorpresa de última hora mañana le dedicaré una breve entrada extraordinaria al tema para hablaros un poco más del asunto.

Pero la actualidad manda. Así que disculpen ustedes si me pongo un poco más serio de lo habitual. Resulta que este servidor de ustedes, mientras ayer perdía un poco el tiempo en Twitter, en lugar de estar escribiendo Espadas en la oscuridad, descubrí la siguiente noticia en el magnífico blog El caballero del árbol sonriente (y cuando digo magnífico quiero decir MAGNÍFICO): 

<<El World Fantasy Award dice adiós al busto de Lovecraft>>

Pase que Lovecraft no era un Adonis,
pero es que el busto tiene delito.
Para el que no lo sepa, el World Fantasy Award es, junto con los premios Hugo y los Nébula, uno de los premios internacionales más prestigiosos que un autor de ciencia ficción o fantasía puede recibir. Desde su primera convocatoria, en 1975, a los galardonados se les entregaba como distinción un busto que se modelaba en recuerdo de Howard Philips Lovecraft. Un busto que desde mi perspectiva es feo de cojones, pero como aquí las cuestiones estéticas pasan a segundo plano, la clave es lo simbólico del asunto. Un homenaje a un autor que, desde las páginas de las publicaciones pulp que defendemos semana tras semana en esta bitácora, creó una obra literaria inmortal que, hasta día de hoy, nadie se había atrevido a discutir.

Resulta que allá por 2011 la autora Nnedi Okorafor, ganadora en la categoría de Mejor Novela por su obra Who Fears the Death, dijo públicamente que no le hacía ni la más mínima gracia que su premio viniera acompañado de la imagen de un escritor que, según ella y una corriente de escritores anglosajones, era un racista. Quizás por eso de que por mucho que nos rasguemos las vestiduras, aquí, en España, no tenemos ni la más remota idea de lo que suponen las cuestiones raciales, no podamos llegar a comprender de verdad lo que puede sentir un autor negro. Quizás. El caso es que la presión que se ha ejercido desde entonces, con el apoyo manifiesto de gente de la talla de China Mieville, ha logrado que la organización del premio, poniendo siempre por delante que no discuten la genialidad de Lovecraft, haya decidido que ese busto se retira, y que a partir de hoy se entregará un nuevo trofeo que resulte más simbólico y respetuoso y tal…

Como bien les decía antes, como español medio en verdad no he vivido conflictos raciales, ni he conocido de primera mano la lucha por los derechos civiles. Es cierto. Pero este tipo de decisiones me producen un pánico espantoso. Es la llegada de la dictadura, de la tiranía de lo políticamente correcto. Una bajada de pantalones tan espantosa que da mucho que pensar. Sé que Nnedi Okorafor jamás leerá estas líneas, y mucho menos llegara la presente reflexión a la organización de los premios, pero la decisión es tan ridícula y tan peligrosa que no podemos estar callados. 

Habría que recordarles que la magia de la literatura es que cuando el lector abre un libro desconoce el aspecto del escritor. Nadie sabe si su piel es blanca, negra o amarilla. Y bien poco que le importa. La literatura trasciende las barreras sociales. Sin ir muy lejos Frank Yerby, uno de los grandes best-sellers de los años 50, 60 y 70, era negro. Y me juego un litro de aceite virgen extra del bueno de verdad a que ni un ochenta por ciento de sus lectores ni lo supo jamás, ni puñetera falta que les hizo. Habría que recordarlos que la literatura, como todas las manifestaciones culturales y artísticas, son producto de un momento específico de la historia, y que juzgar el pasado con los ojos del presente es una locura. Porque, cuando se toma esta decisión, ¿cuál es la siguiente? 

Ya saben señores, libro que ofende, a la hoguera.
¿Nos suena de algo?.
La siguiente la reflejar magníficamente Javier Negrete en un cuento titulado “Los guardianes del tiempo”, presente en la antología Mañana Todavía. Un relato que además de ser lo mejor de la antología, y de largo, debería de ser de lectura obligatoria. Lo siguiente es prohibir la lectura de aquellas obras que los profetas de lo políticamente correcto opinan que son contrarios a la moral. Lo siguiente será manipular dichas obras para que su lenguaje no nos ofenda, no nos corrompa. Lo siguiente es una Inquisición tan terrible como la que enviaba herejes a la hoguera. Los nazis quemaban libros en la hoguera, estos nuevos inquisidores los queman en el olvido, marcando lo que es correcto y lo que no. ¿Tolkien? Un fascista y un racista de tomo y lomo. Los malos son morenos, negros, y los buenos elfos de dorados cabellos. El Señor de los Anillos prohibido. ¿Robert E. Howard? Otro fascista violento, y además machista. Los relatos de Conan, Kull, Solomon Kane, etc. prohibidos. Y así podemos continuar hasta Homero y su Iliada y Odisea

En fin, que quieren que les diga, este tipo de decisiones me alteran la sangre por lo profundamente estúpidas que resultan y, sobre todo, por lo que son una amenaza al mismo corazón del arte en general, y de la literatura en particular. La libertad.


Por la parte que me toca, mientras esa Inquisición moderna no llegue hasta nuestro pequeño rincón de la Red de Redes, seguiré hablando de libros que me apasionan, que me molan más que comer con las manos, sin importar si lo ha escrito un negro o un blanco, un heterosexual o un homosexual. La verdad es que me la trae al pairo. Al abrir un libro quiero sentir cosas, divertirme, reir, llorar, estremecerme con el miedo o la llamada de la aventura. La política en los periódicos y la televisión. Aquí hemos venido a divertirnos, así que no nos vengáis a joder el invento.

Eduardo Martínez.

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