Hace un par de semanas os hacíamos llegar nuestra primera reseña literaria, marca de la casa. La verdad es que en un blog dedicado a la literatura Pulp y a la cultura pop, a estas alturas de película, ya venía tocando añadir más muescas en nuestro revolver de reseñadores. Y puesto que el Pulp es nuestra bandera, y en España DLorean Ediciones es un referente ineludible cuando se trata de neo-Pulp, volvemos a la carga con una nueva reseña dedicada a un libro editado por estos chicos de Salamanca.
Antes de comenzar, permitan que me ponga las zapatillas de felpa y, sentado en el sillón más cómodo de la casa, con las piernas tapadas con una manta de cuadros, me ponga en modo “batallitas del abuelo”. Más tarde comprenderán la razón de tan extraño comportamiento, palabra.
Allá por los años finales de la década de los noventa, este servidor de ustedes era un universitario feliz que se dedicaba a ver pasar la vida en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. De saber lo que me depararía el futuro, lo mismo me habría esforzado más en convertirme en el primero de mi promoción, o me habría dedicado a desarrollar mi carrera literaria desde tan tierna edad, con la esperanza de convertirme en el nuevo George RR Martin. Aunque lo cierto es que, conociéndome como me conozco, de saber lo que se venía encima, del futuro tan negro que tienen los primeros de la promoción de cualquier carrera de humanidades, y el hambre que pasamos los escritores; lo más probable es que me hubiera agarrado una melopea escandalosa para, acto seguido, afiliarme a un partido político para trincar todo lo posible y que después salga el sol por Antequera.
Os voy a contar una batallita del abuelo... (Con todo nuestro respeto al soldado veterano de la Iª Guerra Mundial, Jospeh Ambrose) |
En fin, volviendo, decía, a aquellos inocentes años noventa, el aquí abajo firmante cursaba tercero o cuarto de la licenciatura de historia. Aquel año, en una de esas asignaturas optativas del itinerario de historia antigua que te colocaban a las tres y media de la tarde (las Biomanán las llamábamos, por eso de que para ir no podías comer, y aunque te jodían el café y la siesta, al menos no engordabas), a las que, todo sea dicho de paso, no acostumbraba a acudir; nos cayó en suerte uno de esos profesores que dan brillo al expediente. Se trataba de la asignatura Historia Antigua del Próximo Oriente, impartida por don Federico Lara Peinado. Todo un pope de la materia. El caso es que en una de aquellas tardes, que en el recuerdo son siempre doradas, en una clase en que la asistencia era exclusivamente masculina (cosa rarísima en una facultad donde tocábamos a cinco señoritas para cada mastuerzo), don Federico nos dio una de esas clases magistrales que jamás se olvidan: “De la importancia de llamarse Indiana Jones”.
Resumiendo muy mucho nos vino a decir que, cuando fuéramos por los bares de copas de Moncloa, a la caza y captura de una despistada que en un arrebato de locura transitoria nos pudiera encontrar atractivos, jamás, lo que se dice jamás, deberíamos decir que éramos estudiantes de historia, futuros historiadores. Un historiador, en la cabeza de cualquier persona fuera del gremio, es un tipo raro, con gafas de culo de botella, con el mismo atractivo que una botella vacía de gaseosa. De las de plástico, y de marca blanca de un supermercado. La polla con cebolla, oigan. La palabra historiador estaba prohibida. Caca.
A todos los efectos éramos futuros arqueólogos. Esa era la clave: Arqueólogos. Y daba igual que el trabajo de un arqueólogo, el de verdad, es un puto coñazo espantoso. Gracias a esos genios llamados George Lucas y Steven Spielberg, eterna sea su gloria, al escuchar la palabra arqueólogo la imagen que le viene a la gente a la cabeza es la de un tipo atractivo de sonrisa socarrona, con un sombrero Fedora y un látigo, que vive aventuras extraordinarias en lugares exóticos. Indiana Jones…que poquito imaginaba el señor Lara Peinado que yo había llegado a esa facultad porque, siendo un niño pequeño, vi la película Indiana Jones en busca del Arca Perdida, y desde aquel preciso instante me hice la firme promesa de que lo único que quería ser en la vida era arqueólogo. Pero esa es otra historia.
El caso es que Indiana Jones, probablemente el mejor homenaje cinematográfico jamás realizado a la literatura Pulp, desde su primera aparición en la gran pantalla en 1981, se ha convertido en uno de los referentes ineludibles para cualquier amante del subgénero más aventurero del Pulp. Por esa razón, nada más abrir la primera página de La maldición de la Diosa Araña, de Miguel Ángel Naharro, esperaba encontrar una enésima repetición del Henry Jones Junior. Y, para alegría mía como lector, estaba equivocado.
Aviso parea navegantes, de aquí en adelante hay algún pequeño spoiler. Tan mínimo como necesario para hablar de La maldición de la Diosa Araña.
Haré las presentaciones: Aquí el señor Naharro, aquí unos lectores... |
El barcelonés Miguel Ángel Naharro, otro exponente más de que los de la quinta del 75 estamos un poco “pallá”, es un auténtico todo-terreno de la literatura. Confesándose escritor desde siempre, desde el año 2003, en que comienza su labor de editor de la página Action Tales (influencia que se nota, y mucho, en la novela que tratamos hoy), ha visto publicada una larga lista de artículos y relatos. Sería en 2012 cuando la editorial charra DLorean Ediciones, dentro de su Colección Savage le publica su primera novela, La maldición de la Diosa Araña.
La sinopsis del libro se nos habla del arqueólogo Jonathan Baker, apodado La Garra. Y claro, la figura de Indiana Jones pesa tanto que lo que menos se imagina el lector es que va a descubrir una historia que tiene mucho más que ver con el cómic de superhéroes de la Edad Dorada de los 30 y los 40, que con una aventura clásica de la factoría Lucas. Y es que Baker es un arqueólogo y un aventurero clásico, si. Pero además está dotado de unos poderes extraordinarios gracias a la garra que sustituye su mano derecha, y que perteneció a un dios primigenio, Siruuk, del que Baker se ha convertido en un avatar. En esta primera novela, en la que el héroe se debe enfrentar a su verdadero antagonista, la malvada Diosa Araña del título, y que no es otra cosa que una más que interesante presentación del universo narrativo de La Garra, descubrimos el elenco de secundarios que acompañarán al héroe en las sucesivas entregas, y sus bases argumentales.
He leído en algún lugar, creo que en Goodreads, que la novela está más cercana al Camp que al Pulp. Y no puedo estar más en desacuerdo. Si bien estamos ante una novela ligera, sencilla, sin mayor pretensión que la sana diversión, su argumento dista mucho del absurdo que marca el estilo camp. La maldición de la Diosa Araña es un sentido homenaje a las novelas Pulp de un autor que conoce perfectamente el género. Nada hay en ella de la oscuridad narrativa de nuestros tiempos, y leerla es como viajar a la niñez y volver a ver una de esas películas de aventuras de los 40, o leer una novela de las de bolsillo que nuestros abuelos llevaban en el abrigo. Jugando con la sencillez, con los lugares comunes del género (escenarios exóticos, héroes nobles y de valores inquebrantables, femmes fatales, tribus de honorables guerreros africanos y, si, claro que si, villanos nazis, que diablos), y aderezando el cóctel con elementos surgidos del mundo del cómic de superhéroes; se logra una novela que, en espíritu, se aproxima al mundo de El Hombre Enmascarado/The Phantom.
De forma que no hay que aproximarse a La maldición de la Diosa Araña con el espíritu crítico de un lector de principios del siglo XXI. Esto sería un error imperdonable. Hay que entrar en el juego que nos propone y despertar el Sentido de la Maravilla de otras épocas más inocentes. Si se acepta esta regla básica, esta premisa, la lectura de sus poco más de doscientas páginas vuela. Y, lo que es mejor, te prepara para la lectura de la segunda entrega que, hasta donde llevo leído (reseña haremos, sin duda), es muy superior en todos los aspectos a la introducción.
Llegados a este punto es cuando, como escritor, me hago las siguientes preguntas: ¿Sería capaz de escribir una novela así?, ¿me gustaría hacerlo?, ¿lo haría mejor? Ciertamente, y en esto tengo que ser sincero, para escribir una novela así hay que tener un conocimiento de la tradición literaria Pulp que no tengo. Naharro demuestra que ha mamado esta literatura, y combina con una habilidad envidiable los elementos básicos del género. Y sí, claro que me gustaría escribir una novela de este estilo. Por eso junto con Jae Tanaka he escrito OCCULT vs. el Reich Secreto. Lo que tengo muy claro es que, por mis influencias literarias, no sería capaz de lograr un tono tan ligero y desenfadado ni por accidente. Y eso es algo que envidio. De manera que no, no sería capaz de escribir esta novela. Con los mismos mimbres mi forma de escribir sería muy distinta. ¿Mejor? No lo creo, puesto que eso es como los colores, a gusto del consumidor. Y puestos a poner algún pero a la novela, el cual me ha impedido ponerle un notable y dejarla en un aprobado alto, es que debería recibir una nueva revisión de pequeños aspectos de estilo. Por ejemplo, en narrativa no se deben emplear las frases entre paréntesis, ya que hay recursos sobrados para hacerlas innecesarias.
Sea como fuere, no puedo dejar de recomendarla. Por apenas 2,42 € en formato electrónico, y 11,95 € en papel es un auténtico chollo. No encontraréis una diversión a mejor precio ni por casualidad. Y para los que sois bibliófilos empedernidos decir que, si bien el diseño, que no la ilustración, de la portada es mejorable (en esto entramos de nuevo en lo de los gustos, los colores y tal, pero he sido librero muchos años y se de la importancia vital del diseño de cubierta; y además desde que trabajo con Jae Tanaka, que es ilustrador y diseñador, ni os cuento lo puntilloso que me he vuelto al respecto), las ilustraciones interiores, también obra de Nestor Allende, no sólo son una auténtica delicia, sino que le dan al libro un sabor añejo extraordinario.
En fin, resumiendo: si os gusta la literatura de evasión, y os apetece volver a sentir como niños maravillados, estáis tardando en echarle el diente a La maldición de la Diosa Araña.
Eduardo Martínez.
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